¿Cuál es el significado original de poner los cuernos y por qué se refiere a la infidelidad?
Al principio, por machismo y por cuestiones de honor, sólo se aplicaba a la infidelidad de la mujer, y era el marido cornudo quien recibía la burla y el insulto; pero actualmente se refiere tanto a la infiedelidad de la mujer como a la del hombre.
Aunque en algunos diccionarios, como el Clave, los cuernos son símbolo de infidelidad en cualquier relación sentimental, en los más usados late cierto puritanismo al considerar que sólo se dan dentro del matrimonio: poner los cuernos significa ‘ser infiel al marido o a la mujer’ en Diccionario de Uso de María Moliner y cuernos para el DRAE es ‘infidelidad matrimonial’. En este último diccionario también hay vestigios de que la ofensa es mayor si la sufre el varón y limita la definición de cornudo,a al ‘marido cuya mujer le ha faltado a la fidelidad conyugal’, que conserva el sentido ya recogido en el Diccionario de Autoridades de 1729: “Cornudo: Metaphoricamente se le da este nombre al marido a quien su muger ofende, bien que lo ignore, o lo consienta. Lat. Curuca. [...]”. En este mismo Diccionario encontramos encornudar o cuernar ‘consentir el marido que su mujer sea mala, y le ponga los cuernos. Es voz inventada y jocosa’.
Existen múltiples versiones sobre el origen de la expresión poner los cuernos. Seguramente esté en la interpretación burlesca de episodios mitológicos unida a la idea cristiana de asociar el pecado a la imagen del demonio y representar a éste mediante figuras con cuernos.
En su Tesoro de la lengua castellana o española, Sebastián de Covarrubias afirma que “[Poner los cuernos] tomó ocasión de lo que se cuenta de Mercurio, que en figura de cabrón tuvo ayuntamiento con Penélope, mujer de Ulises; del cual nació el dios Pan con cuernos”.
Otra versión mitológica relaciona su origen con el hecho de que la esposa del rey Minos, Pasifae tuviera relaciones sexuales con el hermoso Toro de Creta y engendrara el Minotauro. Esto habría dado origen a que la señal de los cuernos quedara como símbolo de traición matrimonial.
La versión que fusiona los orígenes mitológicos y cristianos es que el dios Pan, caracterizado por su lujuria y representado con cuernos, fue asociado por el Cristianismo con el demonio.
En el Diccionario infernal, de Jacques Albin Simon Collin de Plancy, encontramos una explicación desde el punto de vista cristiano: “Preciso es que el adulterio sea un muy grave pecado para que la mujer que se halle en este caso haga llevar a su marido las armas de los demonios. Poner los cuernos viene de nuestra madre Eva, la cual habiendo obtenido de Satanás, el par de cuernos que llevaba en la cabeza, los regaló a su marido.”
Durante la Edad Media, se ofendía el honor de un hombre casado arrojando huesos o cuernos en la puerta de su casa, para pregonar que en ella había entrado el pecado. Por esta razón, casi todos los Fueros de las ciudades medievales castigaban esta acción: “Todo aquel que cuernos o huesos echare sobre casa ajena, o ante las puertas los pusiere, peche cinco maravedis”. (Fuero de Úbeda, 1251) [La misma disposición se encuentra en los Fueros de Zorita de los Canes, de Plasencia, de Béjar, de Teruel, etc.]
Pero no hay que olvidar otras explicaciones. Los cuernos, como símbolo fálico que son, pueden representan virilidad, poder político e incluso sabiduría. También están prestigiados, por su belleza o supuesta potencia sexual, algunos animales que los poseen (ciervos, venados, toros). Pero los símbolos aplicados a quien no le corresponde, lo ridiculizan por carecer de lo originalmente simbolizado. En este caso, los cuernos ridiculizan al marido que no tiene poder de mando ni potencia sexual para mantener la fidelidad de su esposa. A esto se suma que los adornos ridículos en la cabeza sirven a menudo como castigo: por ejemplo, las orejas de burro en las antiguas escuelas. Por esto no es extraño que equivalentes a la expresión poner los cuernos sean: en castellano, poner el gorro; en el francés del s. XVIII, faire porter le bouquet à son mari, y al parecer en chino, poner el sombrero verde.
Algunos viajeros franceses y portugueses constataron que en la España de los siglos XVI y XVII eran numerosos los maridos consentidores, a pesar de que suponía un grave delito y eran sometidos a la vergüenza pública: al marido se le montaba en un asno y era paseado por las calles, desnudo y adornada la cabeza con dos cuernos y sonajas; detrás iba la mujer, montada en otro asno y obligada a ir azotando a su marido; tras ellos, el verdugo iba azotando a la mujer. Para evitar que al marido se le recriminase de consentido podía solicitar que la autoridad le girara un documento llamado carta de perdón de cuernos.
La literatura de esos siglos refleja que el tema de los maridos consentidores o engañados se había convertido en una obsesión. Quevedo es el máximo exponente de ello, con su obra titulada El siglo del cuerno. La riqueza léxica en este asunto parece inagotable: además de las referencias a objetos hechos con cuerno (tinteros, coronas de hueso, mangos de cuchillos, calzadores, linternas...) tenemos: ganchos mudos, paréntesis de hueso, orejas blancas, maniles retorcidos, bonete de los bosques, bigotes de Jarama, luna de Jarama, lira de Medellín... sin olvidar las expresiones de rastrillar con las sienes o arar con maridos.
En el lenguaje común han sido innumerables las palabras que han aludido a los cuernos como símbolo de infidelidad. Al marido engañado se le ha llamado cornudo, cabrón, novillo, ciervo, venado, manso, cornicantano, cornifactor, maridillo becerril... Actualmente también hay expresiones creativas, pero casi siempre alusivas a la tauromaquia: tocar pasodobles, abrirle el toril o clavar banderillas y, en España, parecen preferirse las alusiones a ganaderías de toros bravos: mihura, victorino.
En otros lugares encontramos las expresiones meter guampas (Argentina y Uruguay), pegar los tarros (Cuba), poner los cachos, ser un cachudo (Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú), poner los tochos (jerga en España). En otras lenguas latinas del mediterráneo tenemos las equivalentes mettere le corna (it.), posar banyas (cat.) y faire porter des cornes / du bois (fr.)
Tampoco faltan los refranes alusivos a los cuernos de la infidelidad: Casada que va a fiestas, cuernos en testa. Si la vaca fuera honesta, el toro no tendría cuernos. De cornudo o de asombrado, pocos han escapado. Maridos que se ausentan, cornamentan. Si quieres ser cornudo, vete de caza a menudo. Quien fía su mujer a un amigo, en la frente le saldrá el castigo.
A pesar de todo lo dicho, es posible que no exista este tipo de cuernos:
“Moisés con cuernos pareció adornado,
y no fueron sus cuernos verdaderos.
Dos cuernos a la luna han levantado
los astrólogos vanos embusteros.
Al demonio con cuernos han pintado,
porque son los pintores majaderos.
Pues si todos los cuernos son fingidos
¿por qué han de creer en cuernos los maridos?”
(“Probando ser fábula la producción de los cuernos en ciertas cabezas” José Cadalso, 1762)